El protagonista de La casa de papel cree que comer nachos en el cine es una blasfemia y, aunque tiene parte de razón, es una realidad inevitable.
Casi siempre que empiezo una película lo hago por la noche y cuando es la hora de cenar, para tener algo de entretenimiento mientras como algo. No contenta con eso, paro la cinta muchas veces: me acerco a por una cosa que se me ha olvidado a la cocina, recojo los platos, voy a lavarme los dientes…
La lista se puede alargar tanto como dé la imaginación, o según el grado de concentración que tenga en ese momento. Y lo más probable es que esta no sea la forma óptima de ver nada. Ya no es sólo que esté tomando algo mientras veo una peli, sino que también me puedo permitir despistarme con facilidad estando en casa, incluso mirando el móvil.
Pero la situación cambia cuando voy al cine. Entre una mezcla de respeto por el resto de las personas con las que comparto espacio y la necesidad de que mi inversión por estar allí durante las siguientes dos horas no se pierda, cuando voy al cine, voy al cine.
Y eso significa que jamás sacaría el móvil en medio de la proyección, intentaría no abandonar la sala para ir al baño, ni me apetecería entrar con la cena puesta. Por eso me molesta cuando otras personas lo hacen.
Mi pensamiento se aliena bastante con el del actor Hovik Keuchkerian, conocido sobre todo por su papel como Bogotá en La casa de papel, y al que también hemos podido ver hace poco como protagonista de El hoyo 2 (2024).
El intérprete comentó en los últimos días en el nuevo episodio del podcast de Cinemanía, llamado Mi vida en películas, lo mucho que odiaba ver a la gente comiendo nachos en el cine, y yo no podría estar más de acuerdo.
Digamos que las palomitas son algo más inocuas: hacen ruido y huelen, pero al menos no parece que te acabes de meter en un restaurante de comida rápida tex-mex en lugar de en una sala de cine. Pero es que además aborrezco el queso.
Ni nachos ni palomitas: cine

Netflix
Hovik Keuchkerian argumentaba que, si tantas ganas tenías de comer nachos, te esperases a terminar la peli y luego te fueras a cenar a otro sitio y ya de paso a comentar el largometraje. Incluso ofrecía la solución de entrar en la sala después de haberte comido un sándwich.
Pero él era mucho más duro que yo, y también condenaba las palomitas, sobre todo si no las sabes comer con la boca cerrada. Su discurso terminaba con una contundente pregunta: “¿Tienes hambre o quieres ir al cine?”
A la que yo respondo, sin que nadie me haya preguntado: dónde trazas la línea no es una cuestión de elitismo porque La pasión de Cristo (2004) de Mel Gibson haya que verla con reverencia.
Ni siquiera se reduce todo a los gustos personales, como no soportar ese olor a queso. En su lugar, considero que la clave se encuentra en establecer un equilibrio entre lo que a ti te apetece hacer en ese momento y la actitud que es apropiada en una circunstancia tan particular como resulta ser el comportamiento en una sala de cine.

Aunque a mucha gente le siga costando verlo, la censura a tener encendido el móvil durante la proyección es recurrente, y me atrevería a decir que siempre hay alguna mención a que apagues el móvil antes de que empiece una película.
Sin embargo, el tema de la comida es mucho más abierto. Son los propios cines los que te incitan a comprar algo que consumir durante tu visionado porque eso les genera grandes beneficios con los que seguir manteniendo el negocio.
En el mejor de los casos tan sólo encontrarás un quiosco con palomitas y refrescos, pero la oferta gastronómica cada vez es más amplia. Puedes comprarte tus palomitas, o unas chuches, chocolate, hasta encontrar pizzas, hamburguesas, nachos o perritos, para hacerte un menú completo.
Todo ello al final provoca que esta situación se acabe convirtiendo en una normalidad que, te podrá gustar más o menos, pero no puedes evitar si eliges ir a este tipo de cines. Y te costará mucho encontrar uno en el que no se dé esta circunstancia.
Aunque esperes ir a una sala de cine para tener un espacio pulcro y libre de olores, en el que lo único que exista seáis tú y la película, hay varios factores de ese lugar compartido que escapan a tu control y te podrían terminar arrancando de la experiencia.
Si eliges ir al cine, para conseguir una mejor fidelidad de imagen, de sonido, para adentrarte en un nuevo universo, ¿para qué ibas a hacer lo mismo que harías una noche cualquiera en el salón de tu casa, por mucho que las grandes cadenas te fuercen a ello?
Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no tienen por qué coincidir necesaria o exactamente con la posición de Henneo Magazines o Hobbyconsolas.
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